Comentario
El deterioro político se dejó sentir desde muy pronto. Ya Felipe II fue consciente del problema que para la dirección del Estado iba a suponer que la Corona recayera en un personaje poco apto para ello, como en efecto lo fue su continuador en el trono. Al poco tiempo de la coronación, Felipe III abandonó las tareas de gobierno en manos de su hombre de confianza, el duque de Lerma, quien a partir de entonces sería el encargado de dirigir y controlar los asuntos de la Monarquía hispana. Tomaba cuerpo de esta manera el fenómeno del valimiento, tan característico de aquella época, no sólo en España sino también fuera de nuestras fronteras, ya que no fue un factor exclusivo de la política española, manifestándose de igual manera en otros ámbitos europeos.
El Gobierno de Lerma supuso el triunfo de la corrupción, de la venalidad, de la ineficacia. El afán por el rápido enriquecimiento personal fructificó por doquier en los ambientes cortesanos y burocráticos, dando buena muestra de ello la actuación en tal sentido del propio valido. Rodeado de parientes, con miras muy egoístas y deseoso de no complicar su mandato con grandes proyectos ni guerras inútiles, Lerma llevó a cabo una política de cortos vuelos, transcurriendo sus años de gobierno sin apenas incidencias notables, salvo la expulsión de los moriscos, decidida en 1609 por motivos al parecer de índole política (temor a que pudieran ayudar desde el interior peninsular a los enemigos de la Monarquía, ya fueran los turcos, los norteafricanos o incluso los franceses), medida que supuso la salida del territorio hispano de aproximadamente unas 300.000 personas y que afecto mayormente a los Reinos de Valencia y Aragón, donde la presencia de esta minoría religiosa era muy cuantiosa.
La política exterior también estuvo caracterizada por la ausencia de conflictos importantes, teniéndose que resaltar precisamente lo contrario, es decir, la apertura de una fase de paz a raíz de los acuerdos que se firmaron con los, hasta entonces, principales enemigos de España. En 1604 se establecía con Inglaterra un tratado de paz que liquidaba los enfrentamientos que en los últimos tiempos se habían producido entre ambas naciones; lo mismo supuso el tratado de Vervins pactado con Francia (en 1598); y con Holanda se llegó a la firma de la tregua de los Doce Años (1609-1621), que en parte venía a reconocer la independencia de las Provincias Unidas. Estos hechos son los que han dado pie para hablar de una posible política pacifista del gobierno de Felipe III, valoración que hay que matizar mucho, pues los inicios del reinado contemplaron distintos planes bélicos y, posteriormente, si se llegó a una situación de relativa paz exterior no fue tanto por una decidida política pacifista, sino más bien porque distintos factores la hicieron posible, pudiéndose haber roto en cualquier momento, sobre todo en las relaciones con Francia hasta que se produjo el asesinato de Enrique IV.
Tras un período en el que concentró gran poder, a Lerma le llegó la caída. En 1618 fue sustituido en la privanza regia por su hijo, el duque de Uceda, que no pudo alcanzar el grado de fortaleza política que había tenido su padre. Se avecinaba el hundimiento del clan familiar y de su clientela, que se produjo inmediatamente después de la muerte del monarca.